jueves, 4 de octubre de 2012

El mago y su ‘starlette’

El diseñador más iconoclasta, la última ‘chica Almodóvar’ y el prestigioso fotógrafo Ruven Afanador, unidos por YO DONA en un reportaje excepcional. ¿El escenario? El ‘Salon Couture’ del modisto en París, donde nuestros personajes interpretan una historia de magia y seducción, aderezada con la última colección de Alta Costura del maestro.

Mayo de 2011. Cannes. 
El clan Almodóvar recorre la alfombra roja del Festival de Cine para presentar La piel que habito. Jean Paul Gaultier, que ha colaborado en el vestuario de la cinta, acompaña a la troupe. Enseguida depara en la joven actriz Blanca Suárez (Madrid, 1988), último flechazo del manchego. El cineasta y el modisto son amigos desde hace años y su conexión estética es total. No en vano, su aguja intervino en Kika (1993). Sus puntadas pergeñaron el delirante vestuario de la reportera Andrea Caracortada encarnada por Victoria Abril. También cosieron los tules y lentejuelas que travisten a Gael García Bernal en La mala educación (2004). «Pedro es uno de los artistas más grandes del mundo. Me encantan sus películas y es un privilegio haber trabajado con él tres veces. Le gustan las mujeres y no teme mostrar la sensibilidad de los hombres. Tal vez eso sea lo más importante que tenemos en común, además de pertenecer a la misma generación», nos dirá el diseñador meses más tarde, cuando se materialice su encuentro con Blanca Suárez.

París, septiembre de 2012. 
YO DONA orquesta la cita pendiente entre Gaultier y la intérprete en el fabuloso atelier del modisto, ubicado en un edificio palaciego en el número 325 de la Rue Saint Martin. Una reunión excepcional, que exigía un fotógrafo ad hoc; un objetivo capaz de reflejar la visión onírica y fantástica de la moda del creador (Arcueil, Val-de-Marne, 1952). Ruven Afanador era el nombre (y el hombre) perfecto.
Iluminadores, ayudantes y estilistas irrumpen en la planta noble de su inmenso salon couture para una sesión mágica y misteriosa, con la Alta Costura otoño-invierno 2012-13 del modisto como hilo conductor. Una colección inspirada en George Sand, el gran amor del novelista Alfred de Musset, y en La confesión de un hijo del siglo (2012), la adaptación cinematográfica de la obra de Musset a cargo de Sylvie Verheyde, protagonizada por Pete Doherty y Charlotte Gainsbourg. Sand, pseudónimo de Aurore Dupin, escandalizó al París del siglo XIX fumando en público y vistiéndose de hombre. Blanca Suárez, que hizo un receso en el rodaje de Los amantes pasajeros, la próxima película de Almodóvar, para participar en este reportaje, se imbuye del espíritu transgresor de Sand enfundándose en prendas andróginas de color negro, ciñendo su cintura con corsés de cuero y tocando su cabeza con sombreros de chistera que harían las delicias de un dandi proustiano. Gaultier, genio y figura, asiste a la transformación. Está alegre y muy bronceado. Es su primer día de trabajo después de unas largas vacaciones y se involucra en cada toma. Ayuda al estilista a vestir a Blanca, y hasta da su toque personal al nudo del pañuelo que luce en algunas instantáneas. Estas páginas son la antesala de El camino hacia las estrellas, la retrospectiva que le dedica la Fundación Mapfre de Madrid y que, hasta el 6 de enero de 2013, mostrará más de 140 conjuntos y numerosos vídeos y documentos de este creador intuitivo, hábil empresario y personaje polimórfico, capaz de conjugar la Alta Costura con la venta de camisetas de rayas al por mayor y el diseño de vestuario para estrellas planetarias (Madonna, Kylie Minogue, Lady Gaga) con la diversificación comercial (ha impreso su etiqueta en todo tipo de productos, de perfumes a muebles, pasando por cosméticos masculinos o gafas de sol).

El camino hacia las estrellas refleja inmejorablemente el universo Gaultier: su respeto a lasminorías, su tolerancia, su empeño en utilizar modelos alternativos... ¿De dónde procede esa fascinación por la diferencia?
Estoy convencido de que no existe un único canon de belleza. Siempre me gustó lo diferente, el mestizaje. Cuando estaba en la universidad me enamoré de una chica con el pelo rojo que venía de Argelia. Era tan guapa y tan distinta que quería ser como ella. Así que me inventé que yo también era de allá.

La exposición recala en Madrid tras su paso por Montreal, Dallas y San Francisco, ¿qué veremos en esta ocasión?
Se mantienen los maniquíes autómatas de la instalación en Montreal, una idea que se me ocurrió después de ver la obra Los ciegos, de Denis Marleau, en el Festival de Aviñón de 2002. Al entrar en la sala descubres que los actores ya se hallan en escena, y todos se asemejan, aunque no sean exactamente iguales. Parece que llevan una máscara, pero en realidad es una proyección. Nunca pensé que Marleau quisiera trabajar conmigo, pero aceptó.

La calle y la iconografía pop siempre le han influido...
Descubrí mi vocación de niño, gracias al cine. Fui a ver con mi abuela Falbalas (1945), un filme de Jacques Becker que transcurre en una casa de modas de París durante la guerra. Narra la historia de un diseñador que se enamora de la novia de su mejor amigo. El final es trágico, pero en la película sale un desfile de moda. Inmediatamente supe qué quería hacer en la vida. A mí no me gusta mostrar la ropa en perchas, sino en movimiento. Por eso, al principio me resistí a la idea de una retrospectiva sobre mi obra. Cuando Nathalie Bondil (la comisaria de la exposición) me lo propuso, acordamos que no debía ser algo estático, sino una especie de instalación con algo de vida. Por eso las prendas están organizadas por temas, no por orden cronológico. Y hay maniquíes animados, diseñados con la ayuda del escenógrafo canadiense Denis Marleau, director de la compañía Ubu. Los looks están todos mezclados. Para mí fue como hacer un nuevo desfile.

Madonna, Mylène Farmer y Kylie Minogue han prestado piezas de su colección personal para enriquecer la exposición. ¿Qué más estrellas han colaborado?
Tengo la suerte de haber trabajado con gente a la que admiro mucho, como es el caso de Madonna, de Kylie o Mylène... Me sentí muy halagado de que aceptaran formar parte del proyecto. Pedro Almodóvar también ha aportado trajes de las películas en las que hemos trabajado juntos: Kika (1993), La mala educación (2004) o La piel que habito (2011).

Los corsés, la piel, la cultura, el género, París, el punk... ¿Diría usted que son las obsesiones que han guiado su vida y su arte?
No sé si son obsesiones, pero sí, desde luego, códigos o temas recurrentes. A menudo me expreso a través de la corsetería, del mestizaje racial, del movimiento punk... Y París es una fuente constante de inspiración.

Sus colecciones incluyen mantillas, vestidos de volantes o chaquetillas de torero. ¿Qué papel juega España en su trabajo?
Siempre me ha gustado. Tengo familia en el sudoeste de Francia, y mis primeros viajes con mis padres fueron a España. Cada año íbamos más lejos: Madrid, Granada, Sevilla... Al principio, me fascinaban las corridas de toros, que existen también en lugares de Francia, como Dax. Más tarde, la Movida madrileña. Me he inspirado en lo español a menudo, y espero que eso se note en la exposición.
Durante la sesión de fotos que ilustra este reportaje, el modisto habló en perfecto castellano con todo el equipo, y dejó patente su amor por España y su cultura. Mil veces descrito como el enfant terrible de la moda, Jean Paul Gaultier es, incuestionablemente, uno de los diseñadores más rompedores, influyentes e incluso rentables de las últimas décadas. Ha alimentado su iconografía de hombres desinhibidos con kilt posmoderno, starlettes viciosas con corsés sado-maso y chulazos musculosos vestidos de marinero tierno. Ha resistido con su sempiterna sonrisa burlona los vaivenes del mercado y las amarguras del sector que se llevaron por delante a otros más sensibles (Alexander McQueen) o estrafalarios (John Galliano). Ha sido ensalzado, criticado, imitado, denostado, rehabilitado y, finalmente, recopilado, como solo ocurre con los supervivientes que alcanzan el estatus de leyenda. Todo, sin dejar de ser fiel a sí mismo y a esa idea terca de que la función primera de la moda es hacer soñar y ser el espejo de la calle. Ubicuo y multidisciplinar, además de vestuario para películas ha ideado el de ballets (Very Wetch, de Régine Chopinot, que se estrenó este verano en el Festival de Aviñón) o proyectado mobiliario. Sinergias que califica como «bocanadas de aire fresco». «Soy couturier, y mi oficio consiste en vestir a la gente. Hacer moda tiene mucho que ver con la construcción. Aplicar tu conocimiento sobre un tema a otra disciplina es enriquecedor», señala.

¿Y hacerlo para otra marca? Entre 2003 y 2010 fue el director creativo de Hermès, hasta que la muerte de Jean Louis Dumas (presidente de la compañía hasta 2006) hizo inevitable la separación. ¿Qué recuerda de aquellos años?
Solo cosas buenas. Fue una historia de amor que duró siete años. Dumas era un hombre excepcional, extremadamente creativo y dotado de un gran sentido empresarial.

Se le ha descrito siempre como un creador irreverente, un ‘enfant terrible’. ¿Cómo se lleva eso a los 60 años? ¿Cree que su estilo ha ido suavizándose?
No. En realidad, nunca he querido provocar por provocar. Los creadores deben expresar lo que sucede en la sociedad. Por poner un ejemplo: en 1983, un modelo amigo mío heterosexual vino a visitarme al estudio. Llevaba puesto un pareo, así que pensé que debía hacer faldas para hombres, porque estaba en sintonía con los tiempos.
    

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